martes, 3 de mayo de 2011

Capítulo 5 – De cómo Willy come polvorones en buena compañía y pone, por primera vez, un pie en África.


… sonríe y, sin saber por qué, tan sólo espera ser de quien le haga feliz de la cabeza hasta los pies…

  La melodía y la letra de Mijitita suenan de fondo en el momento en que me dispongo a retomar algo que empecé hace unos meses: este blog. Ni si quiera me voy a molestar en intentar buscar excusa alguna, puesto que la mayoría de los lectores de este blog me conocéis y por tanto sabréis que esta ausencia no se debe a otra cosa que mi falta de constancia y perseverancia, uno de mis mayores defectos, sumado a la pereza casi inherente a mi persona.
 Pero bueno, siempre esa palmadita en la espalda te hace recordar aspectos de ti y de tu persona que abandonaste a su suerte en algún lugar de tu memoria… así que, dispongámonos pues a relatar una vez más algunas de las vivencias más remarcables de los últimos meses.
 Para ello he de remontarme a finales del año pasado o comienzos de este, cuando se produjo la mítica imagen del “Vuelve a casa, vuelve por navidad” con ese muchacho bajando de un tren, cayendo en brazos de su madre.
  Fueron unas navidades iguales, pero muy distintas. La vida sigue igual, como decía la canción, pero siguiendo con citas de canciones, Serrat ya lo decía “todo pasa y todo queda, pero lo  nuestro es pasar” http://www.youtube.com/watch?v=jVoJg5BmyLY
y pasamos nosotros y pasa la vida, con cambios, con acontecimientos, con cosas inamovibles…
 Como de costumbre, fueron unas navidades muy “panaderas”, marca de la casa, tradición, y desde unos años atrás, se viene repitiendo esa imagen de tantas personas que forman parte de mi vida, por unos u otros motivos, pero importantes pilares todos ellos, con las manos en la masa como se suele decir, sólo que en este caso es literal: todos y cada uno de nosotros desempeñando nuestra labor, con un mismo y único fin: que todo el mundo, que así lo quiera, tenga su roscón de reyes. Dicho así, todo queda muy bonito y muy civilizado, pero realmente se vive de forma muy trepidante e intensa, tanto para lo bueno como para lo malo.
 “Me hacen falta dos pequeños con nata”, “¿dónde están los cinco de merengue que había encima del congelador?”, “¡va a salir una hornada de grandes!”, “tú rajas y yo relleno”
 Gracias, gracias a todas y cada una de las personas que formaron, forman y formarán parte de esa cadena, porque unas navidades sin ese día carecerían de sentido, o al menos, no serían lo mismo.
No he encontrado una foto más reciente, así que ahí va esta de hace ya 2 añicos de na'

 Pero bueno, no todo en esta vida es trabajar, ya que siempre he sido de los que piensan que hay que trabajar para vivir y no vivir para trabajar. Así que, con los deberes hechos, también hubo muchos momentos de disfrute. De compartir vivencias, momentos, aprendizaje, miradas cómplices, recuerdos, besos furtivos…
En fin, gracias a todos una vez más por formar parte de mi vida y ayudarme a construir el puzzle más grande que he hecho hasta el momento: mi vida.
 Dicho esto, creo que ya toca pasar a la acción, ¿no? Que es que uno se pone sentimentaloide y cuesta arrancar…
 Como todo lo bueno, y lo malo, me reitero en que todo pasa y por tanto llegó esa vuelta a la tierra donde actualmente se ubica mi residencia, sí, la de invierno, en verano Dios (o Pepe) dirá…
 Y lo que conlleva que uno sea un culillo de mal asiento, es que allá donde va pues irremediablemente vuelve a conocer gente, y cuando te vienes a dar cuenta se han convertido en amigos. So, aquí hubo otros reencuentros. 
 Con la barriga y el corazón llenos de amor tocaba volver a la nueva rutina que nos unió en aquel extraño mes de septiembre.

 Enero pasó… y con él los exámenes, el primer semestre y, curiosamente, casi todo el frío que invadía cada rincón de la ciudad.
Febrero llegó... y con él las vacaciones, los viajes, más reencuentros, experiencias inolvidables, grabadas a fuego en la memoria y en la piel…

 Tras unos días de descanso y retiro en Klagenfurt, me dispuse a coger un avión rumbo a reencuentro más que deseado… tras pasar la noche en el aeropuerto de Frankfurt Hahn, David y yo nos embarcamos hacia la que, hasta el momento, creo que es la mayor aventura que he vivido.
 Aterrizados en Marrakesh, al salir del aeropuerto daba comienzo “la odisea”; tras intentar negociar con los taxistas, acabamos cogiendo un autobús que nos llevó hasta la plaza central de  Marrakesh. Desde allí nos dispusimos a callejear, tratando de encontrar el rihad donde nos hospedaríamos. Por el camino encontramos a un muchacho, muy amable (comillas comillas), que nos llevó hasta el rihad, no sin reclamar su recompensa, claro.


 Dicho rihad fue nuestro “refugio” nuestro espacio para la paz y la tranquilidad durante unos días, mientras estuvimos en Marrakesch, donde el caos y el bullicio es la tónica general. La vida está en la calle. Todo lo opuesto a Klagenfurt. Fue un choque enorme,  una diferencia abismal. Ruido, barullo, gente, movimiento, cercanía… no pudo evitar evocarme a la cultura mediterránea donde nací. Tiene mucho en común, aunque por supuesto también difieren bastante. Cada vez sostengo con más firmeza que la cultura está fuertemente determinada por el clima, es como si fuese corriendo una cortina, bajo la cual, cuanto más frío es el clima, más frías son sus gentes, todo esto, claro está, hablando en términos muy generales.
 En Marrakesh conocimos a mucha gente, y vimos muchas cosas pero sin duda una de las personas que recuerdo con mayor cariño es Mustafá, el chico que se encargaba del rihad donde nos alojamos. Era muy peculiar, un personaje muy curioso. Daba gusto sentarse a hablar con él ya que debido al entorno cultural tenía otro punto de vista totalmente distinto acerca de muchísimos aspectos de la vida.
Con el pequeño Mustafá =)

 Tras nuestra estancia en Marrakesh, fuimos a Essaouira, una ciudad costera, donde el blanco y el azul reinan, trasmitiéndote una sensación de tranquilidad, donde parece que el tiempo se paró, invitándote a pasear sus calles y contemplar, atónito, la magnificencia del océano, creando dentro esa sensación de sentirte tan pequeño, tan minúsculo, tan ínfimo…


 A pesar de esa sensación de atemporalidad, el calendario no perdona y acabó llegando el 13 de febrero, mi 21 cumpleaños… era escéptico ante este número y sigue sin hacerme mucha gracia, aunque he de reconocer que fue uno de mis mejores cumpleaños y de los que recuerdo con mayor cariño. No hubo tarta; no hubo fiesta; no hubo velas; peor hubo una muy buena compañía, un único regalo que sólo a los que conservan la capacidad de sorprenderse atraparía. Fue un momento mágico. Y creo que esto realmente no es algo subjetivo, ya que todos los allí presente podrían corroborarlo.
 Entre la emoción, la sorpresa y la vergüenza, me dispuse a abrir aquel libro en relieve… a cada página que pasaba, aquellas cuatro mujeres, al frente de un restaurante italiano y otros dos turistas, ponían sonido a lo que yo sentía: “¡Oooh!” “¡Aahhh!””¡Wow!”; sonrisas, risas, miradas de sorpresa, de intriga, de asombro… fue un gran día.
Las cuatro "Superwomen" que llevaban pa' alante el restaurante

 En realidad, todos lo que pasé en el continente vecino, y creo que si tuviera que resumirlo en una palabra o adjetivo ése sería intenso.
--- Debido a la larga ausencia que un servidor ha tenido en este nuestro blog, me veo obligado a dividir en varias (aún no sé si 2,3 o cuántas) las crónicas de Narnia de lo que viene a ser mi vía!---
 Sin más, amenazando con volver, y pronto, reciban un cordial y caluroso abrazo de su amigo y confidente,

Willyperto